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Dificultad de Supervivencia
Clase Lambda
》Inseguro y no asegurado
》Hostilidad humana constante
》Presencia de entidades hostiles y sentimentales

El nivel 120 es el 121° nivel de los backrooms. Se asemeja a una casa campesina en ruinas, en medio de la nada.

♊︎Descripción♊︎

La primera fotografía que se conoció del Nivel 120. Se cree esta imagen se remonta desde los años 80. Se desconoce el paradero del fotógrafo.

El Nivel 120 toma la forma de una rústica casa en medio de un vasto terreno de trigo que se extiende infinitamente. La estructura es sencilla; la casa parece estar dividida en dos partes, diferenciándose por un número grabado en su entrada (601 y 603 respectivamente), no obstante, ambas partes comparten tanto el piso de arriba como el vestíbulo. Cada parte o división presenta un baño y una cocina.

La casa parece estar hecha de concreto, aunque hay trozos de madera que quedan impregnados a estas superficies, como si por el tiempo su capa fuera pudriéndose. Las ventanas no poseen cristales, y al parecer, hay signos de que el techo se ha desprendido lentamente.



♊︎División 601♊︎

En la parte 601, las escaleras que conducen al piso de arriba llevan a un dormitorio ubicado al costado. Dicha habitación, aunque funcional, está en un estado lamentable. La cama cuenta con un colchón hundido y una larga capa de polvo. Una manta raída cuelga del borde, mientras que la mesita de noche, colocada torpemente a un lado, está completamente vacía, con marcas circulares en su superficie que sugieren que alguna vez sostuvo vasos o botellas.

El armario, un mueble robusto pero desaliñado, está abierto de par en par, mostrando su interior vacío. Sus puertas están desajustadas, y la madera presenta astillas en señal de maltrato o descuido.

En una esquina de la habitación, una estantería torcida apenas se sostiene. Sus repisas inclinadas contienen una pequeña colección de libros en ruinas: algunos sin tapas, otros con páginas faltantes, y varios cuya escritura se ha desvanecido con el tiempo. Las hojas rasgadas y las cubiertas partidas sugieren que fueron destruidos apresuradamente por un tercero.

El baño de la división 601, ubicado en el piso inferior, está completamente devastado. El suelo está cubierto de escombros: fragmentos de azulejos, trozos de concreto, y pequeños pedazos de tubería oxidada. Las paredes, parcialmente desconchadas, revelan el entramado de madera o metal detrás de su superficie. Algunas partes de estas parecen haber colapsado completamente, dejando huecos que permiten entrever los soportes estructurales.

No hay ducha, lavabo ni retrete. El aire es frío y seco, con un leve olor metálico que se mezcla con el polvo suspendido.

Por otro lado, la cocina de la parte 601, también ubicada en el piso inferior, presenta una diferencia considerable. En lugar de mostrar signos de deterioro o uso, cada componente está en condiciones impecables. Las superficies del horno y la estufa se ven completamente pulidas, sin rastro de grasa o suciedad, y la nevera emite un suave zumbido que confirma su perfecto funcionamiento.

Sin embargo, el pequeño armario anclado al techo está completamente vacío. No contiene alimentos, condimentos, ni utensilios. La nevera, aunque operativa, solo almacena botellas de agua de almendras en evidente estado de caducidad.

♊︎División 603♊︎

El dormitorio de la sección 603, a diferencia de su antecesor, es un espacio modesto y minimalista. La habitación contiene los elementos esenciales: una cama con sábanas desgastadas y descoloridas, un armario destartalado y una mesita de noche torcida.

El armario presenta evidentes signos de violencia. Piezas faltantes revelan el marco astillado, y las puertas cuelgan de sus bisagras, como si hubieran sido arrancadas en un ataque furioso. Dentro, solo quedan restos de madera y fragmentos de tela que sugieren un despojo deliberado, como si todo lo valioso hubiera sido arrancado.

La estantería, situada en una esquina, está completamente vacía. El polvo acumulado en las repisas indican que alguna vez estuvo llena, pero ahora solo quedan líneas claras donde los libros y manuales fueron retirados apresuradamente. Las paredes de la habitación están marcadas con pequeñas inscripciones y diagramas apenas visibles, trazados con lo que parece ser carbón o una sustancia similar.

Lo único realmente destacable es la agenda encontrada en la mesita de noche. Aunque parece ordinaria a primera vista, su contenido es cualquier cosa menos eso. Las páginas están llenas de notas crípticas, escritas con una caligrafía exactamente igual a la que se encuentra en el sótano. Fragmentos de palabras, números y símbolos se entremezclan, componiendo una rutina que parece seguir a «alguien» o «algo».

Entre las anotaciones más desconcertantes, se pueden leer:

"03:17 - Alimentar el núcleo. No mirar directo a los ojos."
"06:40 - Eliminar el rastro del intruso. Asegurar las puertas."
"10:15 - Inspeccionar la grieta en el armario. Persiste la sensación de ser observado."
"13:00 - Reprogramar el ciclo. Ignorar los susurros."
"17:33 - No olvidar el polen. Imprescindible para la estabilidad."
"22:05 - Registrar avances en la sal de fuego. Cerrar todas las salidas."

Aunque el baño de la división 603 comparte las mismas condiciones que el de la división 601, la cocina es un contraste sorprendente. Hay signos de uso muy evidentes en esta zona. Los signos de actividad son inconfundibles: los armarios, aunque antiguos y con pintura descascarada, están llenos de utensilios y restos de ingredientes organizados. La encimera está cubierta de marcas, con cortes profundos que señalan el uso continuo de cuchillos afilados. Entre las herramientas se encuentran ollas y sartenes desgastadas, aunque limpias.

La nevera, una unidad metálica de diseño anticuado, emite un zumbido débil pero constante. Al abrirla, se revela una colección peculiar: frascos etiquetados con nombres ininteligibles, algunos de ellos en idiomas ilegibles, y pequeños recipientes llenos de líquidos de colores vibrantes que parecen más químicos que culinarios. Entre ellos, también hay alimentos comunes, como frutas y vegetales, aunque algunos parecen haber sido alterados con sustancias desconocidas.

En uno de los armarios, se encontraron paquetes de especias y hierbas, algunos de origen identificable y otros de procedencia claramente extraña. Uno de los frascos contenía lo que parecía ser polen brillante, mientras que otro albergaba un polvo que tenía un leve resplandor en la oscuridad.

El fregadero está lleno de restos de lo que parecen ser platillos inusuales, con utensilios sumergidos en agua turbia que no parecen haber sido tocados en años. En la pared opuesta, un tablero con notas manuscritas contiene recetas con instrucciones como:

  • "Contener el Dolor Líquido del Nivel 0Cero hasta el día siguiente."
  • "Hervir durante 15 minutos. No inhalar los vapores."
  • "Consumir con precaución. Idealmente, probar en pequeñas dosis primero."


♊︎El Sótano♊︎


Una fotografía del sótano. Se presume que el fotógrafo aún sigue con vida.

El sótano es una zona específica de la parte inferior que comparten ambas divisiones. Es una habitación cerrada, con una iluminación tenue que proviene de un par de focos oscilantes colgados del techo por cables expuestos, proyectando sombras sobre las paredes. La luz es insuficiente para cubrir todo el espacio, dejando rincones sumidos en una oscuridad casi invisible.

El lugar está abarrotado con mesas de trabajo, cada una cubierta por un desorden de herramientas oxidadas, frascos etiquetados con caligrafía prístina, y restos de experimentos fallidos. Trozos de metal ennegrecido y piezas de mecanismos incompletos se apilan en los bordes. Es normal oler químicos y aceites suspendidos en el aire.

Las paredes están revestidas de madera añeja que, en varios puntos, muestra grietas y manchas oscuras que podrían ser humedad. En algunos lugares, están marcadas con diagramas esbozados apresuradamente.

Hay varias vitrinas empolvadas que contienen muestras de lo que parecen ser minerales, líquidos iridiscentes, y componentes aún más misteriosos que vibran débilmente al acercarse. Encima de ellas, se pueden ver notas adheridas con clavos torcidos, enumerando fórmulas y anotaciones que, hasta el momento, nadie ha podido descifrar.

El suelo de concreto está cubierto de manchas irregulares; algunas son recientes, mientras que otras parecen haber estado allí desde siglos. Aquí y allá, las marcas de explosiones menores o derrames químicos permanecen como aferradas al piso, sin nada que las separe.

En el centro de la habitación, una mesa de trabajo más amplia domina el espacio. Sobre ella, se encuentra una colección de frascos de vidrio llenos de un polvo anaranjado brillante. Sus bordes están mellados por el uso constante, y algunas botellas tienen pequeñas grietas que dejan escapar partículas al aire, iluminando brevemente la absoluta oscuridad con pequeños puntos naranjas.


♊︎El Aula♊︎

El aula está ubicada en el segundo piso, un espacio compartido por ambas divisiones de la casa. Las paredes, de un tono grisáceo indefinido, están salpicadas de pequeñas marcas y rayones. En algunos puntos, restos de lo que parecen haber sido diagramas o escritos aún se distinguen, trazados con líneas firmes y meticulosas, pero ya difuminados con el tiempo.

En el centro de la sala, un escritorio robusto domina el espacio. Está hecho de madera maciza, con bordes que parecen haber sido afilados deliberadamente, y su superficie está llena de cortes, manchas y quemaduras. Sobre él, hay una lámpara de metal con un foco amarillento que apenas ilumina la superficie cercana.

Frente al escritorio, hay una serie de sillas alineadas, todas de respaldo recto y hechas de un material metálico que ha comenzado a oxidarse. Cada una está fija al suelo con pernos visibles.

En una de las esquinas, una pequeña estantería metálica está inclinada ligeramente hacia un lado. Los estantes contienen restos de hojas sueltas, algunas enrolladas y otras amontonadas sin orden. Entre ellas se pueden ver fragmentos de textos con garabatos extraños y anotaciones breves, algunas escritas con una letra apresurada que es casi ilegible.

El aire en el aula es denso, cargado con un olor a madera envejecida y algo químico que parece provenir de una caja cerrada en otro rincón, donde están apilados algunos instrumentos de apariencia rudimentaria: reglas, compases y tubos de vidrio, todos cubiertos con una fina capa de polvo.

A lo largo del borde superior de una de las paredes, hay una hilera de clavos que aún sostienen restos de una cuerda deshilachada, con claros signos de uso. La cuerda se balancea ligeramente con la corriente de aire que se filtra por las grietas del marco de una de las ventanas.



Cerrar...


Donde inicia la herencia de los Ad Honorem es donde también ocurre mi muerte.


Él era una figura atrapada en el eterno ciclo del deseo insaciable. Un hombre obsesionado con el poder y el control.

Para él, la vida no era más que un escenario en el que tenía que interpretar el papel de la autoridad indiscutible.

Cada movimiento suyo era calculado, cada palabra, cada gesta, todo era una línea ensayada en un guion escrito por su propia ambición.

Era rígido como el mármol, incapaz de ceder ni un ápice de su voluntad.

Si alguna vez enfrentaba una falla, prefería mutilarse a sí mismo antes que soportar la vergüenza de romper una regla.

Pero incluso en su perfección autoproclamada, sabía que nunca podía competir con un ser que estaba incluso fuera del mundo de las entidades nucleares, Duorum.

Ese reconocimiento, esa grieta en su grandiosa fachada lo consumía. Fue entonces, en su desvarío, que encontró una solución retorcida, una respuesta que solo él podría justificar: mi concebimiento.














Me llamaron Reprobi.

El heredero legítimo del entonces miembro del MMCE. Especialista en la creación de peligros estructurales. Miembro de la familia Ad Honorem. Futuro miembro asegurado del MMCE. Esa fue la etiqueta que me colocaron incluso antes de que respirara por primera vez.

Nací de la Sancmater, como si fuera un contrato firmado en tinta, impersonal y frío, cual negocio de magnates. Decir que mi relación con "ella" fue para el olvido es quedarse corto; fue algo que para este punto ni siquiera quiero nombrar.

Fui confinado a esta maldita prisión a la que me vi obligado llamar hogar. No había esperanza en este lugar, solo la promesa de una existencia dedicada a cumplir el mandato de una entidad que me veía como una herramienta, no como un hijo, no como un discípulo, ni siquiera como un sucesor digno.

Me atrevo a decir que él ni siquiera buscaba un sucesor, sino un reflejo de sí mismo, moldeado con la precisión que solo el poder puede ofrecer.













No puedo explicar la sensación que me da al ver este lugar después de tanto tiempo.

¿Es tristeza?

...

¿Vergüenza?

...

¿Nostalgia?

...

¿Pavor?

...

Tal vez sea todo a la vez, o quizás sea algo más profundo, algo que no puedo nombrar. Pero no puedo mirar esta casa sin que cada rincón me recuerde a todo lo que tuve que vivir aquí, como si estuvieran señalándome y burlándose de mí.

Siento largas patas afiladas engancharse en mi médula espinal.

Mi piel se atenúa con el esfuerzo que conlleva pisar de nuevo esta casa.

Tragó saliva. Mi mirada se fija en la puerta chamuscada que extrañamente me invita a entrar.

¿Abrir Puerta?
Los Recuerdos del Heredero Ad Honorem
La Nueva Vida
Cerrar

Sinceramente no recuerdo mucho sobre mis primeras instancias en la casa de los Ad Honorem —como había nombrado la casa aquel ser que prefiero no mencionar ahora—, pero he intentado rebuscar y organizar los nebulosos recuerdos que tengo de mi «infancia» para tener un poco de nitidez y claridad sobre la generación de mis preocupaciones.

Aquella entidad me había confinado en un cuarto de 18 metros cuadrados, entre todo cómoda. Una cama, una mesita de noche, estanterías repletas de copias de segunda mano de libros que, según mi progenitor, habían sido recuperados de los Frontrooms, eran todo lo que me acompañaba mientras estaba encerrado en esa prisión de cuatro paredes.

Él fue claro y conciso conmigo.

—Desde ahora serás mi heredero. Aquel que iniciará la era de los Ad Honorem en el MMCE. Eres Reprobi Ad Honorem, y debes sentirte orgulloso de eso.

El único entretenimiento aparte de los libros de filosofía, motivación y teorías —que irónicamente me abrumaban mas que distraerme— eran las clases que me daba el especialista en objetos. Enseñándome a perder el miedo a las nuevas experiencias, a mantener el control bajo la presión, a comprender eficazmente cualquier orden dada en cualquier momento, a detectar mentiras de otras personas, a mantener una postura imponente sin necesidad de la violencia... todo eso nada más era un entrenamiento para ser una copia exacta de él.

—Tres rápidas inspiraciones son las que desencadenan cualquier respuesta: estado de percepción flotante... ajuste de la consciencia... dilatación aórtica... alejamiento de todo mecanismo no focalizado... concienciación deliberada... enriquecimiento de la sangre e irrigación de las regiones sobrecargadas... «nadie obtiene alimento-seguridad-libertad solo con el instinto...». La consciencia animal no se extiende más allá de un momento dado, como tampoco admite la posibilidad de la extinción de sus víctimas, la entidad destruye y no produce... los placeres animales permanecen encerrados en el nivel de las sensaciones sin alcanzar la percepción... la entidad ideal necesita una escala graduada a través de la que poder ver El Núcleo... una consciencia selectivamente centrada es lo que forma su escala... La integridad del cuerpo depende del flujo sanguíneo, sensible a las necesidades de cada una de las células... todos los seres/células/cosas son permanentes... todo lucha para mantener el flujo de la permanencia... —era una de las lecciones que más recordaba... y probablemente la primera que en verdad le había encontrado utilidad entre todo el egoísmo con el que ese bastardo me adoctrinaba.

Fuera de las constantes lecciones y soledad, Solves era la única persona que me hacía sentir cómodo. Fue como una madre para mí, aunque ahora veo dicha relación como algo sibilino y extraño, considerando que, ahora en mi estado de madurez y plena consciencia, me doy cuenta del verdadero papel de ella.

Solves era una de las pocas entidades que se encargaba de vigilar los pasos y las acciones de los otros miembros del MMCE, era alguien que emanaba un aura extraña, pero temerosa, y que sabía jugar al juego mental que tanto le gustaba a mi padre. Su labor sucedía muy pocas veces en las generaciones, y no tenía un campo en el que se especializara, pero eso no desacreditaba su eficacia al hacer su trabajo, sirviendo como una informante y una alternativa para el Padlock Filum para Duorum, en ese entonces líder del MMCE.

Era fría y seca cuando tenía que serlo; no le temblaba la voz cuando había que ser tajante y clara al discutir con otro miembro, comportándose casi como una máquina pensante. Eso no significaba que no poseía sentimientos y emociones.

Mientras que el especialista en objetos me ensañaba a controlarme, enfocarme, definir mi futuro, ser conciso y tener una mentalidad inquebrantable, Solves me enseñaba a ser amable, a organizar mi tiempo, a ver el lado positivo de una situación como la mía, a apreciar las pequeñas cosas de la vida y a desconectarme del oficio y del quehacer.

Cuando escuchaba su voz por afuera de la puerta, no podía evitar salir corriendo a toda prisa para recibirla y darle un fuerte abrazo. Su mera presencia hacia que no me sintiera del todo solo, y me hizo tener una especie de dependencia para mi salud mental. Me atrevo a decir que, sin ella, ya me habría quitado la vida hace mucho...

Mi progenitor no había sido el primer ser en hacer un pacto con la Sancmater de ese modo... en crear una forma de vida proporcionándole una pequeña parte del núcleo, pero para el entorno del MMCE, fue la primera entidad en haber logrado algo así. Dudo mucho que lo haya conseguido debido a su perspicacia o astucia, más bien, me atrevo a decir que por pura persistencia y firmeza al estilo del prueba y error, fue que consiguió crearme a mí.

Dado lo ocurrido con él, la generación actual decidió prohibir la creación de entidades con la Sancmater, y borrar cualquier registro que se tuviera del especialista en objetos. He escuchado que cierta entidad creó a una con este mismo método, y que un wanderer —por más loco que se oiga— también lo consiguió... supongo que la ausencia de registros previos hacen que sean intentos en vano y perjudiciales a largo plazo. Éxcitare lo sabía, y aprovechó esto para usarlo a su favor.

Es raro llamarlo a él «padre» y difícil para mí mencionar su nombre. Nunca en mi vida me he referido a él como «papá»... me imagino que es por una cuestión de incomodidad y desconfianza... el concepto que construí de padre me hacía evitar llamarlo así; simplemente no sentía que era merecedor de ese nombre.

...Pues bien... ya no me queda más remedio que mencionarlo como debe ser: Libello.

La Vanguardia
Cerrar

Sabía desde el principio que Libello no congeniaba conmigo, nuestras personalidades y metas eran tan distintas que, desde un lado analítico, era ilógico pensar que él tuviera una posibilidad de moldearme como quisiera. La frustración de tener que acatar sus órdenes se mostró cuando no pude evitar explotar ante él y confrontarlo, sin saber el tipo de castigo que me esperaba.

Ese fue el día en el que mi miedo por él surgió.

Era una tarde un tanto extraña; mis clases habían acabado y el silencio en la casa se notaba por la inactividad de mi padre, que en ese entonces se encontraba en el sótano intentando potenciar aún más el daño crítico y explosivo de un objeto como lo era la sal de fuego.

Mi cabeza, aturdida por el parloteo de aquel hombre, no soportaba escuchar una orden más, simplemente quería descansar mirando por la pequeña ventana de mi habitación al grisáceo pasto que se extendía infinitamente, sin un pensamiento en concreto... sencillamente recuperando las pocas energías que tenía. Ese instante de quietud, como siempre, fue efímero. Una voz llena de malicia que solo se escuchaba debido a la soledad de la casa me llamaba una vez más para complacer sus retorcidas metas.

—¡Reprobi! —llamó Libello, y lo hacía con esa perversidad que se asomaba incluso en sus tonos más neutros, como si el mero acto de pronunciar mi nombre fuera una sentencia.

Tardé un poco en reaccionar a su llamado, mi estrés no quería darle importancia a otra de las locuras de aquel hombre, pero sabía que sería incluso peor no corresponder su demanda. Con desdén y con el ceño ligeramente fruncido, bajé las escaleras pensando en qué estaba haciendo mi padre, un intento desesperado de tener certidumbre en una situación en la que solo hombres —o entidades, en este caso— podían ganar.

Titubeé en cuanto la puerta del sótano se posó delante de mí... quería volver a mi habitación y encerrarme hasta que él se fuera, pero no tenía el coraje ni la valentía para hacerlo... nunca lo tuve. Tragué saliva, me armé de voluntad para empujar la puerta y descender por los escalones... creo que ya es una costumbre que tengo.

Allí estaba él, sentado frente a una mesa abarrotada de frascos llenos de aquel polvo anaranjado. Varios aparatos científicos brillaban bajo la luz mortecina de las lámparas. No levantó la mirada al verme entrar.

—¿Qué pasa? —consulté a Libello, intentando cambiar mi expresión para disimular mi desgana.

—Serás mi sujeto de prueba para esta versión de sal de fuego que creé —informó Libello, con una sonrisa esbozada en su rostro.

Mi corazón se hundió en ese instante.

—¿Sujeto de prueba? —repetí, bajando los últimos escalones con incredulidad. Miré el frasco que sostenía en sus manos, y mi voz se elevó involuntariamente—. ¿Con esa cosa? ¿Es que acaso piensas matarme?

Libello negó con un gesto desdeñoso, como si mi reacción fuera la de un niño asustado frente a una sombra.

—No sería así si pones en práctica lo que te he enseñado —negó Libello, levantándose de su silla y quitándose las gafas de protección —, ¿O es que acaso mi sucesor no puede soportar un sencillo veneno explosivo que lo puede hacer hasta un estúpido bebé wanderer de tres años? —finalizó, con un tono más tajante y sombrío.

—¿Un sencillo veneno explosivo? —imité. Mi sangre poco a poco se calentaba en señal de ira por los comentarios tan rotundos de mi padre —¿¡Con eso es que piensas poner a prueba a tu hijo!?

—Baja la voz... —ordenó Libello, dando dos pasos lentos para acercarme a mí y enfocar su presencia en el sótano —. Si mi sucesor no puede soportar algo así... no merece tener el apellido Ad Honorem en su nombre.

Ese comentario fue el detonante para que finalmente estallara, no podía escuchar ni una palabra más salir de su boca... sus deseos tan egoístas y beneficiosos para sí mismo me hacían querer degollarlo en ese instante, pero sabía que no era más que él. La única forma de expresar la frustración espontánea que sentí en el entonces fue expulsar un arrebato de cólera que se lanzó como una flecha venenosa al corazón frío de Libello... sin hacerle ningún daño significativo.

—¡Eso es una puta farsa para hacerte sentir mejor! —grité, salpicando saliva en el rostro de Libello —¿¡Qué me importa a mí tener el nombre de un fracasado narcisista como tú!?

Libello permaneció inmóvil. Su extraño estado pasivo era una forma inteligente de hacerme ver como me comportaba, como un mono alocado que reclamaba y se exaltaba innecesariamente, dejándose llevar por el instinto. Libello en aquel momento me hizo ver como un animal que no pensaba... alguien inferior a él que no comprendía su filosofía ni sus creencias... simplemente, alguien débil.

Evité mirarlo a los ojos cuando una pequeña ráfaga de consciencia llegó a mi. Sabía que había perdido y con creces... y que el remate de él iba a ser incluso peor.

—Dices que soy un egoísta por haber fundado el nombre de los Ad Honorem... está bien, eso puede ser verdad. Pero todas las casas y nombres se fundaron con el mismo egoísmo voraz que fluye por mi interior... ese egoísmo al que tu criticas y reprochas —argumentó Libello, mirándome de pies a cabeza —. También fluye por ti y por todos nosotros... entonces, solo soy alguien que quiere crear un cuerpo que siga mis humildes ideales.

—Eso es según tu lógica... —refuté, aun sin poder mirar a los ojos de aquel ser. Mi rostro se empezaba a empapar de sudor, y el medio que expulsaba su aura me empezaba a devorar internamente... pero aún quería desahogarme, quería quitarme el peso de retener mis deseos de venganza y odio por una sola vez... incluso si sabía perfectamente que no tenía ninguna chance —. Tu egoísmo no es natural... es un deseo no predeterminado de crecer inhumanamente.

Libello me dio una última mirada, viendo como me mortificaba con cada gesto suyo. Volvió a su mesa de trabajo, intercambiando el frasco que ya tenía agarrado.

—Yo no soy humano —mencionó pausadamente.

Esas fueron las últimas palabras que escuché antes de que lanzara agresivamente el frasco que tenía en su mano, yendo directamente a estrellarse con mi afligida cabeza. Primeramente, pedazos de vidrios salieron disparados en todas las direcciones debido al duro golpe que me causaba un entumecimiento insoportable, sentía como fragmentos se incrustaban en mi cráneo, enganchándose a mi piel y penetrando pedazos de carne que me generaban un ardor punzante.

La segunda ráfaga de dolor vino cuando la explosión ocurrió. La sal de fuego había estallado directamente en el lado izquierdo de mi rostro, sentía como el fuego quemaba mi piel con una velocidad sorprendente. Los pedazos de vidrio que se incrustaron en mi cabeza se fundían lentamente, ocasionando otra capa de ardor que me hizo pensar que moriría en aquel momento. Fue un dolor que, ni con todos los sinónimos de este, se podría describir para sentir la misma desesperación que yo.

Los gritos resonaban por toda la casa, mi cuerpo ya no daba para más, sentía como si mi cerebro se estuviera sumergiendo en un volcán. Lo único que quería era morir para ya no sentir ese insufrible dolor. Libello simplemente se quedó observando mi sufrimiento, con una expresión aún arrogante, incluso cuando caí al suelo a punto de perder la consciencia.

Sin previo aviso, sentí como las llamas poco a poco se apagaban, Libello estaba utilizando un extintor que sorprendentemente servía. Un ligero alivio me invadió, pero era inevitable para mí rendirse y permanecer sin consciencia.

Sin certidumbre, sin visión, y con una cicatriz permanente en el lado izquierdo de mi rostro, es como finaliza una de mis memorias más traumáticas.

La Droga del Alivio
Cerrar

Recuerdo como un libreto grabado en los pliegues de mi palma el día en el que Solves apareció en mi vida. La soledad que sentía fue desvanecida cuando vi por primera vez un rostro que no era el de mi padre, cuando vi un rostro que no cargaba maldad y egoísmo consigo... fue como una rápida inyección de alivio y paz al encontrarme con alguien que no seguía los ideales retorcidos de Libello.

No había salido de mi habitación por mi pesimista creencia de que, el que había llegado, no era nada más que mi padre, que venía para torturar la poca sanidad que tenía mi mente en ese entonces. Lo que despertó una chispa de esperanza en mi interior fue la voz femenina que provenía del piso inferior.

—Así que... ¿Este es tu hogar, Libello? —preguntó.

—Ni un hola ni nada... ¿Acaso no tienes modales? —objetó Libello, ligeramente ofendido, pero diluyendo su recriminación con aquella postura tan imponente que prevalecía en él.

El sonido de mis piernas bajando frenéticamente las escaleras fue lo que hizo que ambos presentes de desconcertaran. Libello giró su cabeza insinuando mi llegada, con una mirada incrédula que parecía que se quemaba cuando mi cuerpo se asomaba. Solves, por su parte, inclinó al lado su cuerpo para mirar con detalle mi frágil estado, marcado por las torturas que recibía de aquel bastardo.

—¿Quién es este de acá? —consultó Solves, mirando fijamente la cicatriz que tenía del lado izquierdo de mi cara.

—Es mi... —Libello tomó una pausa, oscilando entre decir «hijo» y «sucesor». La presencia de Solves hacía que, por instinto, adquiriera la postura más amigable y cálida posible, pero su naturaleza caótica seguía presente, y no iba a impedir que abandonara sus principios —. Es mi sucesor... Reprobi.

—¿Sucesor? —repitió Solves, sin tener idea de lo que estaba hablando Libello.

—¿Has oído hablar de la Sancmater? —Libello cruzó los brazos —. Una entidad capaz de engendrar a seres a base de diferentes fuentes... lo único que hice fue proporcionar una pequeña parte del núcleo para crear a este de acá —explicó, señalándome con dedo su pulgar.

—La Sancmater... —murmuró Solves —. Me parece contraproducente esto... no has medido los riesgos de concebir a este ser por aquel medio, Libello —confrontó, dando dos pasos para acercarse a Libello.

—¿Dudas de mis capacidades? —interrogó este, alzando su cabeza en señal de arrogancia —. ¿Acaso alguien como yo es capaz de equivocarse... o solo porque es algo desconocido significa que es equivalente al fracaso? —Libello se volteó, evitando el contacto de visual de la fría mirada de Solves, sus brazos se extendieron como si de un ave a punto de volar se tratara, adoptando una locución de locura que solo él podía entender —. ¡Mírame! ¡Fui el primero que consiguió crear a una entidad que puede manipular El Núcleo! ¡Yo, Libello Ad Honorem!

—¿Ad Honorem? —preguntó Solves, que para ese entonces ya le incomodaba la demencia que estaba portando Libello.

—Así es... —susurró este, girando su cuerpo de nuevo para darle la cara a Solves —. El linaje que prevalecerá por todas las generaciones del MMCE... manteniendo la mentalidad y la personalidad de su fundador; Libello Ad Honorem.

Solves, con una gota de sudor resbalándose en su sien, me miró de nuevo, fijándose con aún más detalle en la cicatriz que tenía en el lado izquierdo de mi rostro. Con dificultad, miró de nuevo al rostro marcado por el delirio de Libello, como si intentara corroborar lo que estaba formulando en su mente.

—¿Has estado adoctrinando a esta entidad para que siga con el linaje que quieres crear? —consultó Solves, incisivamente.

Libello se fijó en mí.

—Por supuesto —afirmó.

Un silencio abrumador inundó la habitación, la brisa que atravesaba las ventanas era el único ruido que se mantenía vigente, incluso la tensión era capaz de cortarse con la hoja de un cuchillo de guerra.

—Es inaceptable —comentó Solves, apretando sus puños —. Con ese método de aprendizaje lo único que conseguirás es que te mate.

Libello soltó una espeluznante carcajada que me dio escalofríos. Nunca pude decir que me acostumbré a aquella risa... era tan fuera de lugar en la personalidad de alguien como él que, cada vez que la escuchaba, era como si se abriera una puerta secreta que dejaba ver las capas más vulnerables y privadas de la mente retorcida de aquel ser... eso era lo que me generaba un pavor y terror incontrolables, al asimilar que tenía que convivir con la locura espontánea, incierta y reprimida de Libello.

—¿Que me mate?, ¿A mi? —Libello preguntó de una manera burlona, riéndose descaradamente de lo que para él era una incredulidad genuina de Solves.

—Tu egoísmo jugará en tu contra algún día, Libello —decretó Solves, con tono tajante —, solo recuérdame cuando eso pase.

Solves dio pequeños pasos ignorando a Libello, dirigiéndose lentamente hacia mí.

—Así que eres Reprobi... —murmuró con un repentino tono relajado y sedante, que hacía que mis músculos se relajaran con su cálida presencia —. Iré a visitarte cuando pueda... —Solves se acercó hacia mi oído, procurando que Libello no escuchara lo que estaba a punto de decir —. Intentaré sacarte de aquí... pero no prometo nada... —susurró, para luego, pausadamente, irse a grandes zancadas de la casa, con Libello fulminándola con la mirada.

—¿Qué dijiste? —preguntó Libello, intentando imponerse ante Solves, invadiendo la confianza que tenía al ocultarle algo.

—Ocúpate en tus propios asuntos —respondió cortante y seca, sin dirigirle la mirada. A los segundos, la puerta de la entrada ya estaba cerrada, y Solves se marchaba a un lugar desconocido, pero dejando en claro su constante llegada al lugar en el que me encontraba.

En ese instante, el rayo de esperanza creciente en mi interior floreció cuando Solves me entregó un servicio que crecía vorazmente de su código moral, sentí que las torturas podían parar, y que mi destino no estaba escrito para ser masacrado de miles de formas por aquel bastardo hasta que se cansara... en ese entonces, sentía que no era un condenado, y que la situación en la que me encontraba pronto iba a cambiar.

Defensa Primitiva
Cerrar

El ambiente de aquel día cargaba consigo un aura más pesimista de lo normal. El sonido de las hojas de trigo al menearse con el suave viento no estaba presente, el aire dentro de la casa Ad Honorem era denso y una tonalidad grisácea y sin color invadía sin permiso mis pupilas, las de Libello y las de Solves.

Recuerdo que en esa precisa fecha no tuve clases debido a que mi progenitor tenía que salir con Solves para que examinara detenidamente a la Sancmater. Ella todavía tenia incertidumbre y recelo hacía Libello sobre mi creación, incluso ya había informado de eso a Duorum —en ese entonces líder del MMCE— como un caso al que no se debe perder de vista, pero que no era tan grave como para mantener constantemente vigilado al especialista en objetos.

Cuando ambos atravesaron la puerta del hogar, como era de costumbre, salí dando grandes zancadas para llegar rápidamente al vestíbulo, donde las caras neutrales y amargas de ambas entidades me recibían con un aire asesino que instantáneamente penetró mi piel, como si me advirtiera de los posibles conflictos que, muy probablemente, llegarían a ocurrir si me entrometiera.

—Solves, Libello... —saludé, aunque el último nombre fue dicho con más desgana.

—Reprobi —correspondió Solves. Si bien no ocultaba su clara indiferencia, seguía manteniendo ese tono formal y prístino que la caracterizaba.

Libello, por su parte, ni siquiera se limitó a mirarme; solo fue sin mencionar ninguna palabra a su lugar favorito: el sótano, como si se intentara escabullir de los bramidos de Solves.

—No hemos terminado de discutir, Libello —interrumpió Solves, con un tono más fuerte de lo normal, dando dos pasos al frente en señal de autoridad.

—¿Quieres discutir más? —preguntó Libello, fastidiado —, ya lo sé; consultaré experimentos desconocidos relacionados al núcleo cuando los haga... eso me ha quedado claro —masculló, dándose la vuelta para mirar directamente a los ojos sombríos de Solves.

—¿Y qué me garantiza de que no hagas eso de nuevo? —interrogó Solves, frunciendo el ceño —. ¿Acaso no es tu objetivo crear un linaje que prevalezca por todas las generaciones del MMCE? ¿Cómo conseguirás eso sin la ayuda del núcleo y de la Sancmater? —Solves se acercó aún más a Libello.

—¿Por qué me restringes tanto? —quejó Libello, claramente fastidiado.

—Porque incluso entidades como nosotras debemos tener un orden —argumentó Solves, poniéndose a la par de Libello.

—¿Usar a la Sancmater es considerado una alteración al orden? —consultó Libello, que a la vista, parecía que solo deseaba salir corriendo a su zona de estudio, fuera de la vista de Solves y de la mía.

—Esa entidad tiene algo entre manos, y tú lo sabes bien —decretó —. Probablemente, tus percepciones más prístinas se niegan a creer que un cuerpo sumiso esté tejiendo hilos de un plan del que tú no tienes idea, pero en el fondo, sabes muy bien que la Sancmater no es una entidad común y corriente.

Libello se quedó en silencio, plasmado en el pasillo que daba a la entrada del sótano. Sorprendentemente, las palabras de Solves lo hicieron reflexionar sobre sus propias acciones por un instante, pero ese momento de incertidumbre no duró mucho.

—Cállate... —masculló Libello, por lo bajo. Podía ver su sien marcada asomarse en medio de su cabello, y como apretaba los dientes en señal de frustración. Era la primera vez que veía a Libello sentirse superado de alguna manera, y aunque eso en principio me hizo ver que no era alguien inquebrantable e imposible de confrontar, lo que vino después me hizo adquirir un miedo aún más profundo a su persona.

«—Parece que todavía no te has dado cuenta de lo que soy, Solves... —vaciló entre carcajadas, mientras le daba una vez más la cara a la entidad que estaba en frente de él —. Soy el sinónimo único de perfección, la mente que moldea lo inquebrantable, el arquitecto del orden entre el caos, y del caos entre el orden. Un dios que no necesita devotos para ser glorioso, soy el hilo que sostiene lo inevitable, el juez que dicta el destino de los insensatos, el que moldea, el que destruye, el que decide... yo soy Libello Ad Honorem.

Recuerdo las lecciones que me daba Libello sobre el MMCE, su historia, sus integrantes, sus costumbres, absolutamente todo. Entre todo eso, había algo en particular que le fascinaba; los Nifexs, la arma principal que se le da a cada miembro del MMCE para su defensa personal, cargada con su energía propia del núcleo, programadas para que solo funcionen bajo el movimiento de cada uno. Libello nunca me dio, o más bien, nunca quiso mostrarme lo que era un Nifex... ni siquiera el de él. Era raro, considerando que para una persona como él, lo más normal del mundo sería entregarle un Nifex a una entidad apenas concebida, y que practicara para dominarlo enteramente.

Pero, por alguna razón, Libello nunca me dio esa oportunidad, a pesar de que la mayoría del tiempo se la pasaba presenciando en un limbo interno Nifexs antiguos de miembros del MMCE que habían pasado a mejor vida. Ese día comprendí la razón.

La mano derecha de Libello se iluminó, con lo que entendí inmediatamente, era la energía del núcleo. Tejía una forma larga y afilada, cuyo mango encajaba perfectamente en la palma de Libello. Era una espada de diseño extraño, casi alienígena. La hoja parecía estar formada por fragmentos de vidrio negro y ónix que flotaban en perfecta armonía, conectados por filamentos de energía verde incandescente. Su apariencia irregular le daba un aire impredecible, como si la hoja misma pudiera desarmarse y rearmarse en cualquier momento.

Solves presenció con asco a Libello.

—Así que demuestras tu autoridad con fuerza bruta... me das asco —mencionó la entidad, mientras que el mismo rayo de energía se formaba en su mano derecha. En contraste con el Nifex de Libello, era un arma de asta, una especie de alabarda envuelta en una niebla turbia que parecía surgir de la misma estructura del arma. La hoja curva en la punta estaba hecha de un metal oscuro y mate, con filigranas amatistas que brillaban tenuemente como un latido. El asta misma estaba compuesta de un material negro y lustroso que parecía absorber la luz —. ¿Quieres pelear delante de tu sucesor, señor perfecto? —preguntó Solves.

—Pensar que puedes pelear conmigo es ingenuo —atajó Libello, con todos sus aires desprendiendo un aura de locura que me hacía temblar intensamente, mostrando mi incapacidad para hacer algo en ese momento. Temía por la vida de Solves, pero simplemente me paralicé... no podía hacer más nada que quedarme plasmado, arrodillado, esperando a que muy probablemente masacraran a la única persona que cobró un significado genuino en mi vida.

Mis párpados sintieron el húmedo tacto de mis lágrimas cuando se cerraron por un instante. El contacto hizo que me mi cuerpo se estremeciera un poco, desconcertándome por la suavidad del líquido que salía de mis ojos. En el preciso momento en que los abrí, vi otra de las escenas más traumáticas de mi vida.

La hoja tambaleante que empuñaba la firme e impiadosa mano de Libello había atravesado por completo el estómago de Solves. El líquido centelleante que se derramaba por el filo de la espada y la parte inferior de su caja torácica era alarmante. Su boca escupía rastros de este, en señal de dolor. En su espalda se formó una cavidad por la que la espada aparecía, dejando ver los fragmentos de vidrio negro combinarse con la sibilina piel de la entidad que yacía perpleja viendo el acto violento, sin sentido e inmoral de lo que consideraba su compañero, a pesar de la adversidad y conflicto en el que se encontraban.

No tengo palabras para describir lo que sentí en aquel entonces. Preocupación es algo muy ligero para lo que significaba Solves para mí... el miedo o el terror eran cosas que vivían conmigo, y que sería mundano mencionar cuando pasa un evento como ese. Podría decir que el pavor y la desesperación de perder al único amigo que tenía hizo que, casi por instinto, una fría ráfaga eléctrica corriera por mis venas. Los escalofríos que tenía fueron apaciguados abruptamente, como si de un interruptor que controlaba mi cuerpo se tratase. Eso no quitaba el hecho de que aún sentía miedo, pero la urgencia de proteger a Solves ya había cobrado efecto en mí, y no podía pensar nada más que atacar al bastardo que empezaba a sacar la espada del cuerpo de Solves. La ira y el miedo, por primera vez, se combinaron dentro de mi organismo, y sin una certidumbre concreta de lo que estaba haciendo, solo se me ocurrió lanzarme con todas mis fuerzas a Libello.

Mi puño se aproximaba al centro de su columna vertebral. Él dándome la espalda era la imagen que visualizaba, el frenesí hizo que conectara un golpe certero en el punto crítico de su espalda, que generó inmediatamente un crujido doloroso en la sala. Un leve quejido de Libello se escuchó después, y mi dolor en los nudillos al impactar fuertemente con la tenaz piel del especialista en objetos fue lo último que sentí.

—¿Reprobi...? —Libello genuinamente se había sorprendido. Estaba seguro de que alguien como yo no tenía el coraje de confrontarlo luego de todas las torturas que él había hecho conmigo, por lo que aquella acción le generó un extraño y desconcertante asombro que ocasionó su mirada estupefacta clavada con la mía, ignorando el sufrimiento de Solves que, en silencio, aguantaba la semejante estacada que le había proporcionado Libello.

Fue la primera vez que pude a ver a Libello con una expresión distinta dibujada perfectamente en su rostro. Sus ojos dilatados y su boca abierta reflejaban la sorpresa que le había generado la propuesta de desafío por parte de su «débil primogénito». Fue algo... relajante, en cierto modo; ese momento me hizo ver que hasta yo podía sacar el lado más terrenal de una persona como él si salía de la etiqueta que se me había puesto hace mucho.

—¿Qué crees que estás hacien...?

Antes de que pudiera terminar, Libello caía inconsciente al suelo, finalmente derrotado. Un rápido y contundente golpe de Solves en un punto exacto de su cuello hizo que inmediatamente perdiera la conciencia, quedando rendido en el suelo, sin ninguna posibilidad.

Miré de nuevo a la entidad que estaba en frente de mí, manteniendo su expresión serena y despreocupada. La grave herida que había tenido hace unos segundos ahora solo era un rasguño en su ropa que dejaba ver parte de su plasmática piel. Fue un alivio ver a Solves bien luego de la impresionante imagen que había quedado grabada perfectamente en mi cabeza, un suspiro sacaba toda la presión que había adquirido en esos insufribles segundos, deseando poder descansar del trágico suceso.

—Ve a tu habitación, Reprobi —ordenó Solves, mientras se preparaba para cargar el moribundo cuerpo del especialista en objetos —. Llevaré a Libello con Duorum... hay muchas cosas de las que tenemos que hablar luego de que despierte. Mientras tanto, te visitaré con más frecuencia.

Era extraño para mí imaginarme una vida pacífica en la casa Ad Honorem sin Libello... pero alguien lo había conseguido: Solves, me había dado unos días de paz y tranquilidad en los que no tenía que preocuparme por las aberraciones que se le ocurrían a mi progenitor en su travesía por el MMCE... pero con el castigo de cargar con esa imagen de Libello atravesando el estómago de mi única amiga impregnada en mi cerebro... apareciendo en mis sueños como un verdugo de la felicidad, atormentándome con visiones ajenas, alterando el recuerdo una y otra vez para hacerme ver la peor versión posible. Todo eso fue el resultado de un pequeño conflicto por la rabia de una entidad... y viendo las peleas verdaderas con Nifexs, menos mal que así fue.

Un Instante de Quietud Artificial
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Contar esto cuando había pasado bastante desde el incidente de los Nifexs no significa que no hayan ocurrido más sucesos trágicos que quedaron calcados en mi memoria de manera permanente, es solo que considero que debo conmemorar a su vez las veces en las que, por más forzado y artificial que fuera, me sentía «cómodo» con Libello.

No hay una razón específica del porqué recuerdo aquel día pacífico sin perder ningún detalle... pero quizá el mero hecho de ser un día normal entre los calendarios de presión y humillaciones haya provocado que mi sanidad mental se mantenga estable, y por ende, tenga recuerdos nítidos de aquel día en el que no me sentí encarcelado en una prisión disfrazada de un hogar.

...

—¿Quieres un poco? —preguntó Libello, luego de tomar un sorbo de café negro en su taza azabache pulcra.

—Sí... sí quiero —respondí, claramente desconcertado por aquel gesto «gentil» de Libello.

—Serviré un poco de la cafetera. Aún no está tan frío —informó, mientras buscaba otra taza entre los armarios de la cocina —. Hay un poco de agua de almendras... si quieres.

Me acerqué para recoger una botella de agua de almendras tibia. Libello había dejado la taza de café en la mesa que rara vez se utilizaba como comedor. Procedí a regar un rastro de agua de almendras en el café, haciendo movimientos circulares, para luego agitarlo con mis propias manos, todo eso mientras constantemente fijaba mi mirada en Libello que, parecía por primera vez sereno, como una persona normal. Los rasgos de locura, elegancia y narcisismo se habían ido por completo, ahora solo quedaba un rostro vacío que miraba a la nada, acompañado de una taza de café que intentaba recomponer su cerebro para seguir con sus caóticas actividades.

—Tendrás que aprender a usar un Nifex algún día —comentó Libello, sin dirigirme la mirada.

—Sí... —murmuré, siguiendo los mismos gestos que él.

—Aún no eres un miembro del MMCE, pero supongo que es mejor ir enseñándote para que, cuando llegue el momento, seas alguien experimentado y maduro.

—«Eso es solo lo que tú quieres» —pensé, formulando una respuesta agresiva ante las intenciones de Libello —. ¿Duorum te dijo algo sobre eso?

—Dice que está muy ocupado con el asunto del Pueblo de Gofferth —mencionó —. Son tonterías...

—... Duorum siempre ha sido alguien extraño, ¿No? —analicé en el momento.

—¿Qué quieres decir? —interrogó mi progenitor.

—No es un líder ejemplar... quiero decir, no es alguien que cumpla con todos los ámbitos para dirigir a un grupo como este; no sigue los conceptos normales para unificar las acciones de una organización... tiene métodos muy cuestionables y que, a veces, parece que solo los entiende él —Tomé otro sorbo de café, pausando mi extensa habla que, aunque no pareciera, estaba reteniendo la atención de Libello —. Vive en su propio mundo... es como si estuviera luchando una batalla completamente distinta a la de los demás... pero, tengo la sensación de que es la más importante.

—La más importante... —repitió Libello —. Con todas las historias que hay sobre él, y con todo lo que ha hecho con y por el MMCE, a veces pienso lo mismo...

En ese instante, no podía creer las palabras que estaban saliendo de la boca de Libello. Estaba sincerándose conmigo, una de las cosas más personales que resguardaba en su interior; la duda de su lucha constante, de mi experimento, de sus creaciones, de sus relaciones y de sus batallas. Libello, quien hasta en ese momento lo veía solo como una entidad predeterminada a cumplir el ciclo más perfecto de todos, me mostraba que tenía dudas sobre aquella perfección que constantemente construía, a aquella fuerza de la que tanto hablaba y me criticaba cada vez que no la podía emplear, a aquella sabiduría que solo usaba para lo que él consideraba importante.

Libello era alguien que se aferraba a la idea a alcanzar la perfección, estando plenamente consciente de que nunca alcanzaría siquiera a tocarla. Duorum era un reflejo de su meta a la cual no podía llegar, y que lo hacía derrumbarse en el abismo de dudas e impotencias en el que tanto me señalaba.

No era un ser perfecto e inquebrantable, tampoco era un sádico sin códigos morales, tampoco alguien poderoso que tenía una vía angosta por la cual podía caerse... simplemente era Libello, sumergido en la fachada que el mismo inventó: La familia Ad Honorem.

—¿Piensas que Duorum es perfecto? —consulté, aún conmovido por la locución de Libello.

—Sí... aunque me duele admitirlo —Libello tomó otro sorbo de café, percatándose de que era el último —. A veces, la falta de hambre provoca que el alimento más primoroso entre en tu boca...

Con esas frías palabras que resonaron en mis oídos como quejas de un esfuerzo sin un propósito lógico, Libello dejó la taza en la mesa del comedor, apresurándose para llegar a su refugio más preciado; el sótano.

El Factor del Nifex
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La única vez que había logrado salir de la casa Ad Honorem fue cuando mi Nifex estaba listo. Libello cobró una extraña actitud enérgica ante la noticia que le había entregado Duorum, y no vaciló informare de aquello.

El día en el que teníamos que visitar al Profeta de la Arena llegó. Mi piel estaba más tensa que nunca, mi corazón palpitaba a mil como una señal de nerviosismo, pero no era por el hecho de que iba a poseer un arma tan poderosa como lo era un Nifex, más bien por la simple razón de que, por primera vez en mi vida, iba a salir de mi cárcel personal.

El demacrado lado izquierdo de mi rostro estaba cubierto por una larga venda de color blanco que disimulaba muy bien la grave y anticuada herida que padecía. Por primera vez me vestía con prendas pulcras, aunque solo fuera para la ocasión de visitar a alguien tan importante en la vida de Libello como lo era Duorum.

Así, en los rincones más desolados de las cavernas muertas del Nivel 8.1, fue donde una figura ambigua y de movimiento tosco nos recibió. Iluminada por la tenue luz anaranjada de uno de los faroles de la mina, que limitaba ver a una sombra de rasgos bastos que parecía tambalearse con las vibraciones de las mismas cavernas.

—Creí que llegarían más tarde —comentó Duorum.

—Me conoces, Duorum —atajó Libello, acomodando su corbata —. Nunca llegaría tarde siquiera a una reunión de té.

—Y tú... —Duorum giró con una actitud oscilante su mirada hacia mí —. Deberías ser Reprobi.

—A... así es.

—¿Puedo preguntar por qué la venda? —consultó Duorum, quien poco a poco se reincorporaba.

—Pues...

—Es de su estilo —interrumpió Libello —. Sabes... el hecho de que sea una entidad no quita que tenga ese comportamiento semi-humano.

Duorum miró a Libello con recelo, como si tuviera algún tipo de poder que le permitiera detectar mentiras con tan solo la percepción.

—Bien... no haré esto más extenso.

Duorum extendió su mano derecha de una manera que ya reconocía. Una luz centelleante cubría la palma de su mano, tejiendo la forma de un arma destinada a mi persona; un Nifex. La manera plasmática en que poco a poco se construía me dejo perplejo, presentando movimientos mucho más sutiles e hipnotizantes de los que ya había visto con Libello y Solves. De ese núcleo emergió la estructura principal del arma. Un mango delgado pero robusto, hecho de un material que parecía un cristal negro fundido con metal líquido, tomó forma primero. Al tacto, su superficie parecía viva, vibrante, como si respondiera al contacto con la energía de mi ser.

Luego, la hoja. No era como las de los Nifexs que había visto antes. En lugar de una estructura fija, esta hoja era maleable, un flujo constante de energía sólida que cambiaba de forma según el movimiento de la luz. A veces era una daga curva, otras un filo recto y afilado, y en ocasiones algo que no podía describir con palabras. La transición entre estas formas era fluida, como el agua, pero con la fuerza implacable de un metal indestructible.

Finalmente, pequeños destellos de luz azul y blanca comenzaron a gravitar alrededor del arma, como si fueran fragmentos de estrellas atrapados en su órbita. Con cada destello, el Nifex parecía cantar un tono bajo, un susurro que reverberaba en mi mente y que, de alguna manera, sentía familiar.

Duorum, con la precisión de un maestro, cerró su mano alrededor del Nifex recién formado y me lo entregó con una reverencia solemne. Sus ojos, profundos como abismos, se encontraron con los míos mientras colocaba el arma en mis manos.

—Te entrego esto por una razón —proclamó Duorum, adquiriendo un tono sabio que solo las cicatrices podían desbloquear —, sé que le darás el mejor uso posible. Reprobi, esto es una extensión de tu ser, una parte más de ti que tienes que cuidarla y sentirla como uno solo. Esta arma es la manifestación de tu defensa, la daga que se mancha de sangre por ti —Duorum se acercó lentamente a mi oído—. Es tu salvación...

Esas palabras fueron como susurros gélidos que recorrieron mi espalda como frías gotas de sudor que me estremecían. Aquel Nifex supuestamente era mi salvación... mi salvación de la situación en la que me encontraba en ese momento, sin embargo, ¿Cómo era posible que Duorum supiera de aquello? ¿O siquiera se estaba refiriendo a eso?

Su rostro poco a poco se alejaba del mío, y su expresión cambió a una fulminante, que me dejó aún más con la piel pálida y los labios secos ante la repentina postura asesina que había adquirido Duorum.

Libello intentaba mantener su postura indiferente, pero la perplejidad se reflejaba en las gotas de sudor que se resbalaban en su mejilla derecha. La presencia amedrentadora de Duorum y el secreto que acabamos de ocultar, que le evocaba a aquella vez con Solves, lo dejaba más desconcertado y receloso que nunca, pero no se atrevía a sacar una palabra de su boca ante la figura de Duorum, cuyos ojos esta vez se clavaban en la supuesta fría mirada de Libello.

—Tendrás que entrenarlo y enseñarle a como convivir con su Nifex —ordenó Duorum.

—Entendido... —murmuró Libello, con un cierto ápice de incomodidad y disgusto.

En cuanto cambiamos de orientación, desfilando en los pasadizos angostos de las cuevas para por fin despedirnos de la tensión que traía consigo Duorum, su misma voz fue la que nos paralizó a ambos, dejándonos atónitos ante su orden de paro absoluta. Libello sabía que no era algo bueno, y se esperaba un tipo de amenaza que lo dejaría grabado permanentemente. Por mi parte, el mero hecho de que Duorum alzara su voz me paralizaba, incluso estaba sospechando de que poseía poderes mentales que lo hacían poseer una autoridad indiscutible, pero sobre todo, aterradora.

—Tú mismo has cavado tu propia tumba, Libello —proclamó Duorum, tajante —. Ya no queda mucho para que el peso de tu egoísmo te caiga encima.

Ante esas palabras, que claramente revivían lo que para él era la irritante presencia de Solves, Libello frunció el entrecejo, apretando los dientes con una impotencia que su cuerpo era incapaz de controlar.

—Así que me das la cara por primera vez... —carraspeó Libello, cuyas arrugas que se habían formado en su rostro le abrían una capa más de terror en su persona —. ¿Entonces por fin admites que soy un egoísta, Duorum?

Ante el silencio, Libello continuó con su desenfrenada habla.

—¡Habla, maldita sea! —rugió Libello, su voz reverberaba las paredes de la cueva como un eco interminable. Su cuerpo temblaba, no de miedo, sino de una ira contenida que luchaba por desbordarse. El silencio de Duorum no era una respuesta, sino un veredicto, uno que Libello no podía soportar.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir? ¿Qué soy un egoísta? —continuó, dando un paso hacia adelante, su figura casi cubría la luz tenue que iluminaba el pasadizo. Sus ojos ardían con un resentimiento que parecía alimentarse de cada palabra que no obtenía de Duorum—. ¿No tienes algo más que reprocharme, algo más que escupir como quien desecha una verdad incómoda?

Su respiración se volvió pesada, su pecho subía y bajaba con fuerza

—Dices que mi egoísmo será mi tumba. —rio, aunque la risa era más un gesto de desesperación que de burla—. Pero dime, Duorum, ¿Qué es lo que tú tienes, entonces? ¿Esa maldita perfección que todos veneran? ¿Esa calma imperturbable que parece no alterarse ante nada?

Libello alzó su mano, señalando a Duorum como si su dedo fuera una daga.

—¡Esa perfección que no deja lugar para el error, para la ambición, para ser algo más que una sombra de lo que dices que deberíamos ser! ¿Eso es lo que llamas virtud? Yo no me conformo con ser una sombra, Duorum. Yo soy Libello Ad Honorem, ¡un nombre que será recordado más allá de tu insípido legado!

Se giró brevemente hacia mí, sus ojos estaban desesperadamente buscando en los míos algo, quizás validación, quizás una chispa de apoyo. Pero yo no pude ofrecerle nada, porque en ese momento, yo también estaba atrapado en la autoridad invisible de Duorum, en el abismo insondable que era su presencia.

—Dices que he cavado mi propia tumba, pero tú... —Libello regresó su mirada hacia Duorum, con un tono más bajo, pero peligroso—. Tú has construido un pedestal tan alto que la caída será inevitable.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, y por un momento, Libello pareció recobrar la compostura. Pero era una fachada, un intento desesperado de controlar la impotencia interna que lo consumía.

—Yo lo haré mejor —dijo Libello, su tono era más firme que desafiante, como si estuviera pronunciando una declaración inquebrantable—. No necesito tus visiones ni tus métodos retorcidos para liderar. Tu sabiduría no es más que una carga que convierte tu liderazgo en una sombra incomprensible para los demás.

Sus ojos brillaban con una mezcla de determinación y desprecio mientras avanzaba un paso hacia Duorum.

—¿Sabes lo que es para los demás seguir a ciegas las órdenes de alguien que consideramos muchas veces loco? ¿Sabes lo que es seguir aquellas decisiones insólitas que crean dilemas morales en nosotros? ¿Sabes como se siente, Duorum? —interrogó, casi como si fuera un asalto —. Superaré todo lo que has construido, no porque siga tus pasos, sino porque los abandonaré. Haré del MMCE algo tangible, algo que no dependa de tus misterios e incongruencias

Se detuvo un momento, mirando fijamente a Duorum con una intensidad casi hiriente.

—Cuando lo logre, todos sabrán que no fue gracias a ti, sino a pesar de ti.

Y, finalmente, casi en un susurro, agregó:

—¿No es eso lo que realmente temes, Duorum? ¿Que alguien como yo, alguien que desprecias, pueda ser mejor que tú?

El silencio de Duorum persistió, inquebrantable, como un muro contra el que los gritos de Libello chocaban y caían sin dejar marca. La frustración en el rostro de Libello era casi palpable, junto con su cuerpo temblando bajo el peso de su propia rabia. En ese momento, su monólogo no era un grito de desafío, era un lamento, una confesión disfrazada de reproche.

Y aunque nunca lo admitiría, creo que, en el fondo, Libello sabía que Duorum no necesitaba responder. Su silencio era respuesta suficiente.

—Vámonos... Reprobi.

El Fin del Legado
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Aún me cuesta procesar lo que ocurrió en ese fatídico día. Mi mente, por más que lo desease, no estaba preparada para la serie de estruendos y bombas destructivas que irradiarían mi cabeza por un largo tiempo.

Lo único que podía escuchar en mi habitación eran los gritos agresivos e incesantes provenientes del vestíbulo, una cosa típica de la que estaba acostumbrado cuando Solves y Libello compartían la misma habitación.

—¿¡Te duele que haya hecho eso con Duorum!? —explotó Libello.

—¡Tu conducta no es adecuada para ser un miembro del MMCE! —atajó Solves.

—¡Mis métodos y conductas son los que liderarán bien a este grupo, ingenua! —reprochó de nuevo Libello, asemejándose al berrinche de un niño.

—¡Tú no quieres liderar! ¡Solo quieres tener ese rol para saciar tu ego!

Atormentado y fastidiado por los estrépitos, intenté evitar el conflicto bajando lentamente las escaleras, en dirección al sótano, procurando no ser visto por ninguno de los dos.

—¿¡Por qué no le dices eso a Duorum!?

La palma de Libello se iluminó con aquella luz centelleante que cegó por un instante mi vista. Sabía lo que significaba, y estaba sumamente aterrado de que aquel evento se reviviera una vez más en mi cabeza. La imagen de Solves sin vida, que constantemente aparecía en mis pesadillas, esta vez me visitaba como parajes grabados en mis párpados, como sueños despiertos, en los que podía ver el peor destino posible, o más bien, el destino que más me aterraba.

La espada de ónix ya se había formado, quitándome el poco tiempo que tenía para darle crédito a lo que veían mis ojos. De nuevo, la vida de la persona que más quería en el mundo estaba en peligro, y no podía hacer nada para evitarlo.

Solves retrocedió, con una gota de sudor resbalándose en el lado derecho de su sien. Por un segundo dirigió su mirada hacia mí, dándose cuenta de mi presencia. Parecía verificar que estuviera bien, incluso si ella estaba a punto de ser brutalmente afligida.

En la espalda de Libello, veía como una masa negra y gaseosa se formaba lentamente. De su interior, salía una figura tambaleante, que parecía estremecerse con el mínimo movimiento de la suave brisa de la casa Ad Honorem. Sabía que aquella figura ya la había visto, y el miedo y pavor que adquirí, poco a poco se fueron desvaneciendo, como si estuviera en una especie de trance donde el tiempo se detenía, donde solo yo estaba flotando en sintonía en un mar de misterios e incongruencias que daban una respuesta omnisciente a todos mis problemas adyacentes y enterrados. El misticismo de la escena que cautivó por completo, mirando con sumo detalle como la tosca cabeza de Duorum salía con dificultad de la masa incorpórea que salía de la espalda de Libello cual parasito.

No había palabras, ecos, murmullos, ni susurros en aquel limbo en el que me veía sumergido. Simplemente estaba la acechadora presencia del Profeta de la Arena, que probablemente me hostigaba a evocar algo.

Mi brazo derecho se extendió lentamente, mi palma se estiró abriendo mis dedos uno por uno. Aquella luz radiante que tanto había visto se formaba esta vez en mí, tejiendo aquella forma volátil que había presenciado con Duorum tiempo atrás. Pequeñas chispas se desprendían de su forma mientras se construía frente a mis ojos, uniendo fragmentos efímeros de luz en algo sólido, pero no del todo material.

La base del Nifex comenzó a tomar forma primero, un núcleo central que latía con un ritmo que parecía sincronizado con mi propio corazón. Era como si el arma estuviera absorbiendo mi esencia, moldeándose a partir de mi propia existencia. Su estructura se extendió hacia el mango, un metal negro mate con texturas que se sentían como un eco del núcleo del que provenía.

A medida que la luz seguía tejiéndose, apareció la hoja: una espiral de energía afilada que parecía estar en constante movimiento. No era del todo sólida, pero tampoco parecía etérea. El filo era de un tono plateado opaco, bordeado por un resplandor anaranjado que se intensificaba y menguaba como una respiración.

El aire a mi alrededor se volvió más denso, cargado de una presión casi insoportable. Sentía como si todo el espacio estuviera pendiente de lo que estaba ocurriendo en mi mano. La energía vibraba con un zumbido bajo, como un susurro constante que se colaba en mis oídos y resonaba en mi mente.

Finalmente, el Nifex se completó, flotando ligeramente por encima de mi palma antes de que el peso se asentara en mi mano. Era ligero, y a la vez abrumador, como si estuviera sosteniendo una parte vulnerable de mi cuerpo.

La intensidad de los bordes pulsantes llamó la atención de Libello, quien giró su cuerpo para mirar horrorizado a lo que sostenía con firmeza en mi mano. Su expresión lo decía todo, sintiendo una mezcla de traición, asombro, terror y asco.

—¿Vas a retarme, Reprobi? —interrogó Libello, intentando recobrar el tono tan atemorizante con el que muchas veces me había confinado —. ¿A mí? ¿A tu padre?

—¿Padre? —repetí, aunque frío por fuera, intentaba con todas mis fuerzas contener la presión acumulada que me carcomía en el interior —. ¿Alguna vez te has considerado como mi padre, Libello?

Solves, quien solo podía ver perpleja lo que estaba sucediendo, retrocedió aún más, como si intencionalmente quisiera dejar el espacio necesario para el conflicto entre los dos.

Ante la falta de temor, Libello no vio más opción que empuñar con más fuerza su Nifex, como una señal de advertencia.

—Si no piensas quitarte del medio, las cosas terminarán mucho peor para ti —proclamó Libello, cuyo rostro forzadamente intimidante reflejaba más frustración que miedo.

Fuera de los susurros de las partes nucleares de los Nifexs, el silencio era lo único que nos acompañaba. Esta vez, no había expresiones de terror o desprecio en nuestros rostros, no había llantos de desesperación y dolor, no había risas de un instante de locura ante el placer de destruir a lo mundano, este era el clímax de todas aquellas veces en las que nuestra caótica relación chocó, en las que él siempre ganaba.

El pie derecho de Libello retrocedió ligeramente, acumulando el impulso necesario para propulsarse hacia mí. En un instante, apareció frente a mi rostro, su espada apuntaba directamente a mi cuerpo con una precisión letal. El filo se dirigía a mi estómago, pero no logró llegar a su destino. Una extensión fluida y afilada de mi Nifex emergió como un río cristalino solidificándose en acero, interceptando el ataque con una firmeza inquebrantable.

El sonido del impacto resonó como un trueno en el aire pesado. Libello se quedó suspendido por un momento, desequilibrado, y su expresión reflejaba una incredulidad absoluta.

—¿Qué demonios...? —susurró, con la sorpresa tiñendo su tono mientras sus ojos examinaban la hoja maleable que se había interpuesto entre él y su objetivo—. ¿Qué clase de Nifex es ese?

Yo tampoco lo sabía del todo. Observé mi arma como si fuera algo completamente ajeno a mí, pero a la vez innegablemente mío. La hoja parecía viva, un organismo que entendía mis necesidades mejor que yo mismo. Cada movimiento que hacía parecía diseñado para protegerme, moldeándose con la fluidez del agua y endureciéndose con la fortaleza del acero en el instante preciso.

Mi determinación se encendió como una llama alimentada por el viento. Apretando el mango de mi Nifex con ambas manos, corrí hacia Libello. Mi intención era clara: un corte limpio, un ataque que acabara con todo de una vez. Pero, como si leyera mi mente, Libello se movió ágilmente, esquivando el golpe con una maniobra que lo llevó a mi costado.

El aire que corté pareció burlarse de mi intento fallido. Estaba completamente expuesto, vulnerable a un contraataque que sabía que no tardaría en llegar. El frío del miedo comenzó a instalarse en mi pecho, pero entonces ocurrió algo que ni siquiera yo esperaba.

La hoja de mi Nifex, como si poseyera su propia voluntad, se extendió una vez más. Una punta afilada emergió de su estructura, lanzándose directamente hacia Libello con una precisión mortal. El impacto fue inmediato y certero: la extensión atravesó su estómago como una lanza que no dejaba lugar a dudas.

Libello soltó un gruñido ahogado mientras su cuerpo se tambaleaba. Sus manos temblaban al intentar comprender lo que acababa de suceder. La sangre comenzó a fluir desde el lugar donde había sido perforado, un rojo oscuro que empapaba su atuendo y goteaba en el suelo como un tambor macabro.

Sus ojos, llenos de incredulidad, se clavaron en los míos. No dijo una palabra; parecía incapaz de procesar que su propio "hijo" lo había empalado con un arma que nunca había imaginado enfrentar.

Yo, por mi parte, no aparté la mirada. La ira, el miedo, y una sensación de liberación se mezclaban en mi pecho. No había vuelta atrás. Libello, el ser que me había atormentado desde el día de mi creación, finalmente estaba a mi merced, y mi Nifex, como si compartiera mi resentimiento, lo sabía tan bien como yo.

Saqué la hoja de su estómago, preparado para aprovechar aquel instante de desventaja para sacar aquella rabia e ira que tenía acumulada, para destrozarlo sin dejarle ninguna oportunidad. Así, fue como apuñalé primero su cerebro, sacando la hoja, esta vez manchada de sangre. Apuñale esta vez su pecho, con más intensidad, de nuevo sacando la hoja con más rapidez. Fue en su brazo izquierdo, brazo derecho, en su abdomen, en su cuello, en la parte inferior de su rostro, en su cerebro de nuevo, dejando ver la materia gris desprenderse con el infinito charco de sangre que se estaba formando arriba y por debajo de su cuerpo, en su estómago de nuevo, con pedazos de intestino combinándose con el filo de mi Nifex, y los otros saliendo lentamente como gusanos de su cuerpo, en su caja torácica, en ambos ojos, donde lo apuñalé. Ya no importaba si todavía estaba vivo o no, ya no me importaba que me manchará de sangre, ya no importaba que mi nariz pedía a gritos que evitara el terrible olor que desprendía el cadáver en el cual estaba sentado arriba, ya no importaba siquiera la razón por la que estaba encestando apuñaladas a diestra y siniestra, lo más profundo de mi ser me obligaba a hacerlo, por todo lo que viví, por todo lo que tuve que pasar, por todo lo que sufrí.

Ahora el sonido del filo de mi daga atravesando su carne se escuchaba simplemente como si estuviera atravesando agua espesa. Su forma era irreconocible, incluso para mí, pero yo solo podía seguir levantando y bajando mi brazo para continuar apuñalando a aquel idiota que tenía el descaro de nombrarse como mi «progenitor».

Solves se acercó, tocando mi hombro como una petición para que me detenga de una vez. Su tacto cálido me detuvo por un instante, forzándome a mirar por arriba de mi hombro, para encontrarme con su reconfortante mirada. Mis manos temblaron, para luego dejar caer el Nifex que sostenía, que poco a poco se desvanecía en una masa centelleante que se reducía a nada. Acudir a su abrazo fue el único consuelo que tuve en ese momento, manchando su camisa de mis manos sangrientas y con callos, envolviendo mi cabeza en su pecho, derramando lágrimas del vacío que me consumía en el momento.

Todo había terminado, pero la marca, por más que lo intentase, nunca se iba a borrar.


♊︎Entidades♊︎

No hay presencia de entidades en este nivel

♊︎Colonias y Puestos de Avanzada♊︎

No hay colonias o puestos de avanzada establecidos en el nivel

♊︎Entradas y Salidas♊︎
♊︎Entradas♊︎
  • Encontrar un traje en el Nivel 4998 puede llevarte aquí.
  • Explotar sal de fuego en una de las casas de Ojos del Vecindario también puede llevarte aquí.
  • Hay una mínima posibilidad de que Têotineo, desde el Nivel -333.3, te lleve aquí.
  • Sentándote en una de las 3 sillas de la zona 2000-2 del Nivel 2000 puede conducirte aquí.
  • A su vez, noclipeando en el Nivel -2000 puede conducirte aquí.
  • ♊︎Salidas♊︎
  • Haciendo no-clip puedes terminar en el Nivel -28
  • Se puede acceder al Nivel -380 haciendo No-clip Meditativo desde aquí.
  • No-clipear una estructura con el símbolo "θ" te llevará al Nivel -350.
  • Pasar mucho tiempo en el dormitorio de la división 601 puede llevarte al Nivel -3000.
  • Apéndice
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    I. Los significados de los nombres de la generación VIII (hasta ahora)

    Reprobi: Del latín, puede interpretarse como "reprobado".
    Solves: Originalmente llamada Salvos. Se puede traducir del latín como "salvación" o "salvado".
    Libello: Del latín, "libreto" o "pequeño libro".
    Duorum: Del latín, su nombre es un pequeño enigma, pero la traducción más acertada es "Profeta de la Arena"
    Ad Honorem: Del latín. Puede interpretarse como "honrar" o "por el honor".

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    Autor: Muzumito

    601 603 de mj.pix671, está licenciado bajo CC BY-SA 4.0
    DSCO2718 de Dan Archy, está licenciado bajo CC BY-SA 4.0
    In The Shadows de Matt Penning, está licenciado bajo CC BY-SA 4.0
    Nursing Home de Dan Archy, está licenciado bajo CC BY-SA 4.0
    Another abandoned home de Kristen Fisher, está licenciado bajo CC BY-SA 4.0

    Música: Forest Carnival de Yume 2kki OST

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